Marta, Alberto y Pau
Mi viaje al encuentro con Pau
Pau nació en Calicanto, de 39+4 semanas gestacionales, a las 7:23 de la mañana y pesó 3’175kg. Nos acompañaron las comadronas Gemma Méndez y Sonia Vélez.
Para mi sentir, Alberto y yo empezamos a ser madre/padre desde el instante en que tomamos la decisión de emprender el camino de la maternidad y la crianza. Y con esto me refiero a ese momento antes de concebir, ese momento en el que te miras a los ojos con serenidad y decides conjuntamente gestar ese proyecto común desde el amor, desde el deseo. Durante el embarazo ya tuvimos que ir tomando decisiones que afectaban a Pau, así como -sobre todo yo- tenerle en consciencia continua según mis ritmos y emociones.
Viví el embarazo de Pau (mi primer embarazo e hijo) muy presente, consciente y conectada. Jamás pensé que gozaría tanto (tanto) de estar embarazada. Verdadero estado de gracia para/en mí. Estado de plenitud y bienestar. Lo hubiera estado 9 meses más, de no suponer una imposibilidad.
Desde un principio, era un hecho casi consumado que elegiría, llegado el momento, parir en casa. Hace una década que empecé a interesarme mucho por los partos y los nacimientos, aprendiendo y entendiendo cómo funciona su fisiología. No sé si fue por eso que no contacté con un equipo de matronas que asistieran partos en casa hasta avanzado el quinto mes de gestación. Estaba tranquila y confiada. El parto no ocupaba aún mis pensamientos. Así que no fue hasta finales de julio (Pau nació el 10 de noviembre) cuando contacté con una matrona que conocía y que asistía partos domiciliarios junto con dos más; y apalabramos los servicios de su equipo -a cuenta de retomar en septiembre- para irme de vacaciones con los ‘deberes hechos’.
Pasó el verano, y a dos meses de salir de cuentas, el equipo con el que había contactado, por motivos ajenos a mi voluntad, no era ya posible (cesaban su actividad temporalmente por reestructuración del mismo). Esta era la segunda y última opción que conocía; pues la primera, con la que ya había contactado anteriormente, estaba de parón en cuanto a atender partos se refería, por motivos muy personales. De repente, empezó a entrarme un gran agobio e intranquilidad. Sinceramente no me venía nada bien ese cambio de rumbo a esas alturas. Pensé, ¿será que me estoy empecinando con la idea de parir en casa teniendo un hospital con buenas referencias en maternidad a cinco minutos andando desde mi casa? Respiré, medité, conecté… y entonces una buena amiga (doula, y mi profe de yoga durante el embarazo) me habló de “Mujeres Sabias, Nacimientos Acuarianos” a quienes yo aún no conocía. Se abrió una luz de esperanza ante la incertidumbre y la inseguridad de poder intentar tener el parto que deseaba para darle la bienvenida a mi hijo de la manera más respetada y en paz posible. Contacté pues con “Mujeres Sabias”, y mi primera impresión fue justo lo que necesitaba en aquellos momentos: estructura, claridad, seguridad y mucho centramiento. No busqué más, tenía lo que necesitaba para seguir adelante con el
plan.
Una vez afianzada la cuestión técnica (el equipo de matronas que me acompañaría), fueron surgiendo algunas pruebitas de fuego (o como diría Marta, ‘pasos de la magia’), que venían a comprobar en mí misma si estaba convencida de lo que había decidido, honestamente, desde el corazón y no sólo desde la mente.
Primero fue el tema de la piscina. El lugar elegido para recibir a Pau era el chalet de mis abuelos paternos en el campo, a 20 minutos en coche hasta el hospital. Resulta que el agua es de pozo y no potable, con lo que no era aconsejable tanto para mí como para el bebé. Nos pusimos a buscar posibilidades para tener agua potable en cantidades (400 litros nada más y nada menos): 1) alquilar un bidón de agua de metro cúbico, utilizar la bomba de agua de mi tío y hacer una canalización casera, 2) comprar garrafas de agua y calentarlas con ollas grandes o resistencias, 3) comprar una piscina más pequeña para llevar a cabo la opción anterior de manera más realista (la llegamos a comprar por internet de hecho, una piscina de 50×50, justo para que pudiera sumergirme hasta la barriga al menos. Cosas de la vida, llegaba justo el día que nació finalmente Pau. Ésto era porque como pudimos comprobar no necesitaba el agua para parir). Detrás de este despliegue mental se escondía la creencia de que si no disponía de agua en la que sumergirme en el parto no aguataría el dolor. Pero lo cierto es que no lo necesitaba para hacerlo. ¿Puede que me hubiera aliviado el dolor? Quizás. Pero en el momento del parto no quise ni utilizar la ducha con agua caliente.
Después, vino un resultado positivo en estreptococo. ¡Con lo bien que íbamos! Todo el embarazo de libro, y llegando al final… (a seguir respirándome los obstáculos que aparecían). Recuerdo especialmente aquella sesión de preparación personalizada con Gemma. Me vine un poco abajo. Me entraron dudas, y miedo, por puro desconocimiento. Nos informamos y leímos todos los documentos que ella nos facilitó, basados en la evidencia científica y en experiencias; y descubrimos que -como bien intuía- era menos probable que Pau se contagiara de estreptococo en casa que en un hospital con los protocolos de actuación al respecto.
Y para rematar mi confianza, rompí aguas sin tener contracciones todavía 22 horas antes de ponerme de parto. Esto significaba que de ir a monitores (tenía cita por la mañana al día siguiente) 30 horas después y con el estreptococo positivo, no sólo no iba a salir del hospital ya y a recibir sin ninguna duda una serie de sermones, sino que el parto se iba a desarrollar totalmente diferente a como tenía previsto en mis expectativas. Todo y que me había estado trabajando la apertura mental para aceptar lo que pudiera venir.
Llevaba dos años y medio en el paro, y justo cuando decidimos lanzarnos sin que nos paralizara la inestabilidad laboral/económica, me quedé embarazada y me salió un trabajo para seis meses; con lo que pude estar el principio y el final del embarazo tranquila sin trabajar y me dio la posibilidad de costeármelo sin tener que hacer un “verkami” familiar y entre amigos de confianza, como me había planteado. Y cito esto por la idea de no poder pagar un parto en casa. Personalmente creo que es una cuestión de prioridades. La vida me brindaba facilidades, y yo las acogía agradecida.
Finalmente pude vivir mi parto en casa como deseaba. Fue una experiencia brutal, transcendental, empoderadora, potente y muy mamífera. El temor al dolor se disipó cuando entré en ese estado de trance que el cóctel de hormonas nos tiene previsto para ese momento. Un viaje de los buenos. ¡Menudo colocón endógeno de oxitocina y endorfinas! Eso, y la seguridad y tranquilidad de tener al equipo de “Mujeres Sabias” acompañándonos en todo momento. Intimidad, luz cálida y tenue, silencio, sentimiento de seguridad… Se daba todo lo necesario para favorecer la fisiología. Me entregué, me rendí al proceso… y Pau nació en menos de 7 horas.
Recuerdo como reciente cómo sucedió todo. Pau nació un jueves mientras amanecía. El sábado anterior por la noche nos dispusimos a ver una peli en la cama, cuando empecé a tener contracciones de una intensidad distinta a todas las que había tenido hasta el momento (llevaba un par de meses con contracciones de Braxton Hicks). Paramos la recién empezada película y por un momento me entró un miedo por todo el cuerpo. Sentí que no estaba preparada. Empecé a pensar que además no había dormido ni siesta, y que si me ponía de parto y me tiraba unas 15 horas sin dormir el vértigo a llegar muy agotada al final me hizo sentir vulnerable e insegura. Todo esto era fruto del fantasma de lo incierto y lo que no podía controlar. Me hice un ovillo, me abracé fuerte a Alberto, apagamos la luz y deseé que no se desencadenara la fiesta. Creo que el gran maestro que es mi hijo me dio un toque, un aviso para que me fuera preparando a que en el momento menos esperado todo comenzaría. Algo que le agradeceré siempre. Los días que siguieron todo estaba en calma. Rompí aguas mientras dormía pasada la media noche del martes al miércoles. Fueron aguas transparentes hasta el final. Después de un rato en el váter yendo y viniendo porque por momentos el flujo aumentaba, me fui a dormir tranquila ya que no había contracciones.
Alberto iba avisando a las matronas de cada cambio nuevo durante todo el proceso. A la mañana siguiente apenas tuve alguna contracción irregular durante un par de horas como venía teniendo unos días antes ya. Ese día por la tarde nos pusimos “Hook, el capitán Garfio”, y a la media hora empecé a resoplar serena y con control lo que empezaban a ser contracciones similares a las de mi menstruación tiempo atrás pero de mayor intensidad. Contracciones que en pocos minutos empezaron a ser más regulares. Y cuando pasaron a durar un minuto y ser cada 15-10-5 minutos mi neocórtex (cerebro racional) entró en acción y decidí incorporarme para favorecer el sentido de la gravedad. Ocurrió lo que suele ocurrir cuando quieres controlar desde la cabeza un parto; que se pararon las contracciones en seco y no retornaban. A las 21:ooh vino a visitarnos Gemma a casa, escuchó el latido de Pau y estuvimos un rato hablando. Se acercaba la temida hora de mi cita con monitores a la mañana siguiente. Yo no quería de ninguna manera salir de aquella cueva que habíamos adaptado a nuestras necesidades. Barajamos varias opciones para tal vez activar de nuevo las contracciones: 1) acupuntura, 2) aceite de ricino (implicaba pasarme el parto en el váter) o, susurrantemente 3) beber algo de lo que lo poco que emanaba del líquido amniótico como hacen muchas mamíferas en la naturaleza. Esta última fue la opción que más me resonó, y así lo hice. Apenas un dedito del vaso. Gemma salió de casa repitiéndome: “invoca las contracciones”, y yo pensando desconfiada: “cómo coño se hace eso”. Me tomé un par de tazas de chocolate caliente (ya se sabe, por esto de la sabiduría popular) y retomamos la peli para volver a la ‘normalidad’. Sea como fuere, un par de horas después de que se marchara la matrona, en el silencio y la oscuridad de la recién pasada media noche las contracciones comenzaron a activarse de nuevo. Nunca pensé que me alegraría tanto de volver a sentirlas. Y ahí ya no hubo parón alguno. Yo me abandoné al proceso y todo sucedió como el engranaje de una máquina en perfecto funcionamiento. En tres horas pasé de preparto a parto, y el expulsivo apenas duró 20 minutos. Esto de los tiempos lo sé por las matronas, ya que yo me sumergí en un estado de total atemporalidad. De vez en cuando miraba el reloj junto a la chimenea y a mi perro entre dormitando y pendiente de mí, pero sin tomar conciencia del paso del tiempo; era una sensación de pausa de todo aquello que no fuera lo que yo estaba viviendo. Alberto iba comentando disimuladamente por el grupo que teníamos, y Gemma preguntaba cuando quería que viniera, a lo que yo pensaba: “¡Y yo que sé! ¡Ellas sabrán cuándo tienen que venir!”. Pero lo cierto es que hubo un click a las tres horas de haber empezado con las contracciones, un cambio considerable en la intensidad de las contracciones en que le dije a Alberto: “¡Ahora! Diles que vengan ya”. Empezaba a abandonar la fase de preparto. Me pasé toda la noche de pie frente al altar de mi círculo que estaba en el hueco de la chimenea. Cada vez que me tumbaba en la cama o me sentaba en la fitball era tal el dolor de ingles que sentía, que opté por quedarme de pie, y entre contracción y contracción conectar con las herramientas vivenciadas en yoga y en la piscina: exhalaciones largas, movimiento de pelvis, emitir sonido, visualizar como descendía mi hijo a través de mi pelvis, comunicarme con él… Alberto estuvo todo el rato ahí a mi lado, tumbado en el colchón del suelo, colocado por mis hormonas pululantes en el ambiente. Yo no necesitaba de él mas que saber que estaba ahí conmigo. Las comadronas fueron impecables; se movían con sigilo y actuaban con un respeto extremo. Saber que estaban me daba la tranquilidad para confiar y entregarme sin miedo. Estaban en la habitación de al lado, y sólo salían periódicamente para auscultar la frecuencia cardiaca de mi bebé. Me animaban puntualmente lanzándome desde la habitación contigua algún: “venga Marta, esas son las buenas”, “ya falta poco”; y yo sonreía por dentro. Cuando se acercó el momento de expulsivo, sólo de escuchar el cambio de mi voz lo supieron y salieron al comedor. Alberto me propuso cambiar de postura porque llevaba horas de pie, y aunque me mostré reacia en un primer momento, ponerme a cuatro patas sobre el colchón del suelo y apoyando el tronco en la fitball reconozco que me alivió y descansó muchísimo. Cuando Pau empezaba a asomar la cabecita y me invitaron a tocarla, me dio un subidón increíble. Aún puedo sentir el tacto de mis yemas en su pelo. No quedaba nada para tenerle entre mis brazos. Cuando faltaban dos pujos para el expulsivo, el perro salió de su casita, miró a Gemma y se sentó a su lado. Recuerdo con c laridad ese último pujo antes de que Pau naciera. Justo en el de antes pensaba que ya salía, y justo en el impás hasta la siguiente contracción sentí por un momento el deseo de pujar por la sensación de intensidad del anillo de fuego en su máxima expansión. Pau nació, e inmediatamente lo arrullé con mis brazos y al pecho. Nos dejaron solos una horita; reconociéndonos, mirándonos, abrazándonos… La placenta se desprendió y tuve un alumbramiento espontáneo. Gemma nos mostró la placenta con admiración. Luego Sonia me preparó un zumo de naranja con un trocito de cotiledón y la guardamos para hacer los rituales pertinentes que deseábamos (impresiones sobre papel de acuarela, fotos y plantar un árbol). Más tarde ambas matronas me acompañaron al baño y me ayudaron a ducharme con una delicadeza, ternura y devoción como si de una diosa me tratara. Al día siguiente y otros posteriores Gemma vino a verme y comprobar que ambos estábamos bien (puntos, prueba del talón, peso…). Tenerlas ahí 24h/día disponibles esos primeros días para consultar todo el mar de dudas que me invadían fue impagable; desde lo más significativo como fue el asesoramiento con la lactancia (tuve una subida de leche que de no ser por el apoyo de ambas me hubiera asustado y angustiado enormemente) hasta menudeces desconocidas para notros (como color, frecuencia y textura de las cacas, el hipo o el poner a eructar, etc.) Vamos, lo que compartimos es de una intimidad y un momento tan sagrado, que no puedo imaginar mejor manera de transitarlo que como fue. Volvería a repetir una y mil veces sin cambiar absolutamente nada.
La guinda del pastel fueron las dos semanas de después del parto, allí mismo aún, de retiro (descanso, sol, monte, mínimas visitas, papi sosteniendo nuestra diada y encargándose de todas las tareas de casa…). Eso, y las comiditas ricas y nutritivas de nuestras mamis (las iaias de Pau) para estar despreocupados y bien alimentados dedicándonos por completo a nuestro nacimiento como familia. Mucho amor, paz y disfrute para acoger a nuestro hijo en sus primeros días en el mundo extrauterino. No tiene precio. Sin duda, el mejor regalo que nos permitimos pedir y que recibimos.
Gemma y Sonia, siempre ocuparán un lugar muy especial en nosotrxs. Recibir a Pau allí también, las posiciona en un lugar familiar y de agradecimiento infinito por el inmenso cuidado, respeto y amor con el que nos acompañaron.
Doy gracias a la vida, a mi cuerpo, a Pau, a Alberto (mi compañero de viaje por la vida 14 años ya. Él fue mi doula, el mejor acompañante que podía tener en esa experiencia única e inolvidable), al equipo de Mujeres Sabias, a nuestras familias… Todo ello me brindó la seguridad para confiar y entregarme como una loba a la experiencia. Desde luego incomparable con la experiencia que hubiese supuesto –en mi caso– haber estado en el hospital en el momento de parir. Ha sido la mejor experiencia que he vivido y sentido en mi vida.