Los nacimientos de mis hijos han sido complicados, he tenido cesáreas de emergencia, partos complicadísimos en los que por mucha postura en la que me pusiera, ni siquiera mi bebé salía con la ayuda de una ventosa, un bebé con un nudo de cordón que hizo que tuviera que ir directo a la UCI durante 5 larguísimos días y una bebé fallecida durante el embarazo.
Las primeras experiencias me dejaron una huella dura y sentí que eso que se supone que era la maravilla del parto me lo había perdido, se me había escapado.
Estuve enfadada conmigo misma, con la vida y también con internet por mentir a las mujeres (con la primera no era matrona todavía).
Pero poco a poco, a base de ver a muchas mujeres transitar por situaciones muy muy diversas, acompañarlas en sus embarazos, partos y postpartos me di cuenta que la clave está en cómo enfocamos la preparación, en cómo preparamos la vivencia.
Las mujeres no podemos perdernos el nacimiento de nuestros hijos, es algo demasiado importante en nuestra vida.
Nos merecemos poder cerrar los ojos cuando seamos viejitas, volver a ese instante y que nuestra alma solo pueda sonreír, sentir que lo exprimimos, que lo vivimos de manera plena, incluso aunque no sucediera como tanto deseábamos.
Yo pienso en el nacimiento de mi última hija, Olivia, que tristemente nació sin vida y, aunque parezca mentira, solo puedo sonreír al recordarlo, pese a que la pena por no estar con nosotros es profunda, muy dolorosa y sé que me acompañará siempre, pienso en nuestro primer y único abrazo y mi alma solo flota.